Revista de cine MABUSE

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Ángeles negros
Por Jorge Morales

Ángeles negros toma a un grupo musical de los ’70 –Los ángeles negros- lo estudia, lo deshuesa, lo revisa a través de algunos especialistas, recuerda milimétricamente su trayectoria, sigue el destino de sus integrantes después de la ruptura, conversa con músicos chilenos que reconocen su legado, todo con una gran acuciosidad profesional, pero olvida algo fundamental: Los ángeles negros es “la banda romántica más importante de América Latina”.

Los ángeles negros –que aparentemente no tuvieron nada de “ángeles negros”- fueron un fenómeno de masas casi comparable a Los Beatles en Latinoamérica (según se afirma en la película), pero el documental no ofrece pruebas que demuestren ese arrastre, a través justamente del ejercicio más sencillo y más elocuente: el público. No hay un solo plano en la película donde aparezcan sus fans, y sólo dedica, casi a modo de denuncia, unos minutos a los grupos paralelos que se han creado al margen de los integrantes originales, y que independientemente de su representatividad, demuestran el ascendiente que tiene la marca.

Ángeles negros peca de seria y matea. Cumple, pero sin magia ni humor. Bien podría ser un filme sobre cualquier grupo musical de escasa trascendencia. Le falta sacarle partido al material, hacer lo que LUN hace desvergonzadamente día a día: ponerle color. Demostrar que lo de grupo romántico más importante de América Latina no es una frase hecha o parte de nuestra chantería o chauvinismo nacional. Si el grupo permaneció tantos años en México, ¿dónde están sus seguidores? ¿dónde está su influencia en los grupos mexicanos? No se trata del testimonio de especialistas (donde, por cierto, no hay ningún experto extranjero) sino de los mismos músicos de todo el continente que sintieron esa influencia y del público que los respaldó. Acá se constata que hubo músicos latinoamericanos que han grabado sus temas, pero no se conversa con ellos. Si hoy mismo se hace un documental sobre Los Beatles nada de esto sería necesario. ¿Por qué? Porque la trascendencia de Los Beatles es demasiado palpable, evidente e incuestionable. Sobre Los ángeles negros ocurre exactamente lo contrario. Su papel en la historia musical en Chile y en Latinoamérica es desconocida, por lo que el documental llena un vacío casi absoluto al respecto (y ahí en parte reside su valor), pero olvida que la historiografía de la música popular se construye de la mano y no dando la espalda al público que le dio su apellido.

Por otro lado, ¿qué sería la historia de Los Beatles, por ejemplo, sin Yoko Ono? ¿Sin frases como “somos más populares que Jesús”? Un grupo no es sólo su aporte musical sino lo que genera a su alrededor, la leyenda que trasciende a su historia oficial. Pero la leyenda de Los ángeles negros no se cuenta en esta película. No se despejan mitos (si es que los hubo), no se cuentan momentos importantes y claves que el grupo pudo haber vivido, ni se aprecian en su magnitud las huellas de su paso por el extranjero. Incluso se desdramatiza los conflictos o el carácter de Germaín de la Fuente, fuente de esas desaveniencias, pese a que él mismo reconoce que era como el tenista Marcelo Ríos (quién, a propósito, no sólo es conocido por sus triunfos deportivos sino porque lloró públicamente para recuperar a su novia, atropelló a su preparador físico y orinó a un pobre cristiano en un baño). Obviamente no se trata de buscar las “yayitas” de sus integrantes, pero sí de insuflarles vida y humanidad, de hacer un recorrido que no muestre las carátulas de los discos como si fuesen diplomas.

Los directores Pachi Bustos y Jorge Leiva tampoco logran demasiada intimidad con los integrantes y hay poco que se pueda saber sobre la personalidad de cada uno. Toda la cinta huele a versión “oficial”. Es natural que sea mucho más sencillo explicar los códigos de un grupo famoso que no requiere presentación, que mostrar los vaivenes de un conjunto –al fin y al cabo- desconocido. Pero una película que simplemente registra hechos objetivos, que anula o minimiza sus problemas, desequilibra también la historia. Sólo en el caso de su bajista hay un acercamiento más íntimo que enternece: el músico, dueño de una disquería, guarda un espacio del día para ausentarse a una oficina donde tiene todos los equipos necesarios para tocar en solitario los temas del grupo. Esa cuota de nostalgia –que tampoco está muy extendida- también pueden encarnarla las calcetineras de ayer, los fanáticos de hoy y las familias que soportaron la exposición pública. Porque esa desconexión con la “masa” y la intimidad, imposibilita dimensionar el éxito real que tuvo el grupo.
Al igual que en Actores secundarios, la película no tiene mirada, es plana y sus énfasis y acentos están marcados nuevamente sólo por efectos de la cronología histórica. De un documental sobre músicos “cebollas” se espera algo más de pasión y melodrama como rebeldía e inconformismo si fuese un filme de un grupo rock. Pero el tono general de la cinta es tranquilo y frío como día nublado. Un informe muy aplicado, pero sin algo que seguramente Los ángeles negros tenían de sobra: sentido del espectáculo.

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